Un día me dije que no podía seguir sintiendo culpas, culpa de mis actos, de mis pensamientos de mi forma de ver la vida. Un día me dije ya no más, pero tengo que admitir que me cuesta, y me cuesta porque tengo grabado un chip en la cabeza que todo es mi responsabilidad y que debo sentirme mal si me libero de alguna carga pesada.
No sé si les habrá pasado, pero en mi caso muchas veces las decisiones que más culpable me hacían sentir son las que tenían más de mil razones para tomarse, pero sin embargo siempre pensaba que podía haber hecho algo más o que quizás actué apresuradamente y eso me llevaba a sentirme culpable. Sé que no debe de ser así, que si algo nos hace daño es mejor dejarlo ir, que si alguien nos hiere mucho no tiene sentido mantenerla a nuestro lado a pesar que la fuerza de la costumbre nos diga lo contrario y nos de miedo empezar de nuevo.
Dejar a tras las culpas es una de las cosas más difíciles que me ha tocado vivir, cuando me di cuenta de vivía sintiéndome de esta manera todo el tiempo mi vocecita interior me dijo tienes que cambiar, tienes que quererte un poco más, tienes que valorarte y valorar tus decisiones. Las decisiones tomadas a pesar de no ser siempre las mejores nos llevan a crecer, a madurar pero sobre todo a aprender sobre nosotros mismos.
Como escribió Charles Chaplin y colgué en el post anterior esta mañana tenemos que empezar a amarnos nosotros mismos, la verdad ese poema me ha servido mucho en cada uno de los pasos que voy dando a fin de encontrar una renovada y mejorada versión de mí misma.
Cada vez que buscamos mejorar estamos dándole un pastillita de felicidad a nuestra alma, a nuestro yo interno a esa mujer que sabes que eres pero que no te atreves a mostrar.
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